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Emparodiando, Empá, emparodiando”, se me van las letras a esta música antigua, de aquella vieja canción cuyo estribillo se quejaba de que el interlocutor estaba siempre “comunicando, có, comunicando”. Y se me antoja que una actuación de Maestro Ruiz y Miguelón, remite al viejo cabaret y al desaparecido music-hall. Pero íntimo, de bolsillo, a media luz. Humor humano, sin estridencias, dos actores bajo el foco con su comedia bipersonal e intrasferible.

Asistir a una actuación de Maestro Ruiz y Miguelón hace pensar a la primera en dúos clásicos como Tip y Coll, el Gordo y el Flaco o Faemino y Cansado, por poner algunos ejemplos. También en aquellas parejas cómicas del cine como Jack Lemon y Walter Mathaus y, por qué no, en algunas célebres parejas del cómic patrio como Mortadelo y Filemón o Pepe Gotera y Otilio… En la tradición de los caricatos, hay verdaderas cumbres inolvidables de la individualidad cómica como Buster Keaton o Gila y no faltan los grupos, entre los que nombraré a Les Luthiers o Tricicle, sin ir más lejos. Sin embargo el dúo es, a mi modo de ver, la forma más perfecta de la comedia. Dos personalidades ora antagónicas, ora complementarias proporcionan todas las posibilidades, si el par funciona sobre el escenario.

Y este es el caso de nuestros protagonistas Maestro Ruiz y Miguelón, que no rehuyen de una estética nostálgica, como de club de serie negra: el pianista lacónico y el actor ante un micrófono: predicador, filósofo de la pradera, actor mutante, el rey de las metamorfosis. La cosa no es tan simple como esa vulgaridad facilona del payaso listo/ payaso tonto. La interacción es una chispa, un juego dual lleno de complicidades, de diálogos en el texto, en el gesto y en la música. Los silencios tienen su contrapunto y las transiciones su ritmo.

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